sábado, 11 de febrero de 2012

Tema: nieve
Género: cuento

Para algunos burócratas, México es estado y Distrito Federal municipio. Y si uno no tiene la perspicacia de interpretar los campos de la solicitud así, los empleados no tienen la obligación de hacérselo ver. Y como ellos no tienen esa obligación, uno termina viajando de nuevo a aquel pueblo brumoso a dos horas de la ciudad, en el que por alguna razón hay una oficina en que expiden pasaportes sin cita y en dos días, oasis perfecto para quienes compran sus boletos a La Habana sin pensar siquiera en que queda en el extranjero.

Así me vine a enterar también del significado de la frase “letra de molde”. Y fue por aprender eso que no le presté atención cuando entró, porque estaba dibujando más que escribiendo cada letra de la nueva solicitud, “esta vez por favor sin equivocarse”, ni siquiera cuando sentí el vestido en mi cara, yo agazapado sobre el escritorio, apartándolo al vestido sin atención, como a un mosco. Tuvo que insistir y estirar el cuerpo sobre mí para alcanzar un folleto de ésos junto a mi codo, tuvo que literalmente hacer un puente entre nosotros, para que dejara por un segundo la importantísima tarea de inaugurar dos territorios. Pantorrillas delgadas, desnudas, sostenidas por zapatos altos y pequeños (sobrios, apenas bicolores), bajo una falta decente cubrerodillas blanca. El borde de un suéter tejido, también blanco.

No subí la cara pero sentí su cuerpo entretenido en el folleto ahí, junto a mí, permaneciendo extrañamente. Tan cerca, de hecho, que cuando hube terminado y me levanté tuvimos que tocarnos y mirarnos, inmediatamente mirarnos, apenas levantar el trasero de la silla e impactarme con sus enormes ojos verdes que estaban ahí desde siempre, no primero en el folleto y un segundo después en mí sino en mí siempre, mirándome desde antes de yo verlos.

Un instante largo y profundo y de regreso a esta oficina llena de gente, con permiso, ella callada; entrego la solicitud a la vieja, tan chulo Escandón, regrese usted el viernes sin asegurarle nada pero quién quita y ya está (cómo quién quita si el sábado La Habana), bueno gracias; ella ya no está, una ligera nostalgia (cómo puede alguien mirarte así y luego irse).

Hacia la calle la imaginación excitada: encontrarla de nuevo, pero si esta plaza esta llena de gente y quién sabe cuándo se fue, pero imagínalo: ¿y tú a dónde viajas?, pero qué pregunta estúpida y de repente de nuevo el verde, entre la gente y el ruido, el verde de los ojos que me miran mientras la boca come un chicharrón con salsa, curioso aire vulgar que más bien le da un encanto. Pero no está sola. Está parada comiendo esa basura deliciosa y sonríe porque el muchacho que la acompaña le dice algo chistoso, muy animado para preguntarse por qué no lo mira a él si le está hablando.

Nos miramos a la distancia, sin duda. La presencia extraña me intimida y me alejo. Un café en una calle en pendiente, hacia la iglesia que está en las faldas de monte. Media hora, más o menos. De regreso a la plaza en camino al autobús, la busco sin esperanzas: no puede tardarse media hora en el chicharrón. Además, parada. Además, acompañada.

Cruzo una avenida hacia la caseta donde se compran los boletos de regreso a la ciudad y el autobús que desde aquí cubre la fila arranca. Ahí, al final de la fila. ¿Cómo puede ser, qué hizo en tanto tiempo?

No hay más remedio.

¿Tú estabas en la oficina de pasaportes, no?
Sí.
¿De dónde vienes? (Muuy bien, ésta sí que no es una pregunta estúpida.)
De Tepoztlán. ¿Y tú?
Del D.F.

Los ojos, nomás.

¿No es de Tepoztlán que son las nieves?
Sí. (La siguiente en la fila. Voltea a la taquilla.)
¿No quieres ir por una nieve?

Se detiene. La sonrisa, ahora.

¿No hace frío para una nieve?
No. Así es mejor porque no se derriten.

Ríe.

No me gustan las nieves.

Voltea de nuevo y paga.

Me encantan sus ojos verdes.


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Siguiente turno de K.:
Tema: amapolas
Género: poesía

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