jueves, 26 de enero de 2012

Vienen de Júpiter (prohibido usar "o")

Jamás sabría que vienen de Júpiter, ese planeta grande a mitad de la vía láctea. Sus habitantes, las criaturas que invaden mi mente y mis pesadillas. Siempre se cuelan en mis pláticas, alguna aparece de repente al hablar sin nadie en el desván. Engullen mis palabras. Me asustan sus miradas perdidas encima de mi espalda. Hasta al señalarme, ni sé bien que señalan pues sus extremidades largas y huesudas caen inertes y estáticas. Repugnantes también al gesticular, hacen muecas y gritan. Deberían largarse de aquí de una buena vez. Hacen languidecer mi vida cada día más y nadie me cree. Me quieren internar más bien. Únicamente me queda permanecer despierta. Así veré si llegan una vez más, si siguen ahí, si desaparecen. Suelen susurrarme palabras tristes al atardecer, seguramente quieren que me mate. Planean hacerme perder la seguridad de la realidad. Me recuerdan días felices de ningún sufrir y me hacen infeliz. Relatan tan dulcemente, tan fácil y tiernamente cada detalle que hacen a mi mente derretirse en ideas. Sufrir al escuchar cada palabra que dicen me debilita. 
Un día a mitades de Abril atrapé a una de esas criaturas. Caen fácilmente en trampas de mermelada, al igual que infantes. Se arrastraba de aquí a allá en la jaula. Sacaba dientes y uñas. Me gruñía. Pensé que únicamente era capaz de matarle al usar pequeñas alegrías pues aprendí que suelen lastimarles. Empecé cínicamente a lamer la cuchara llena de mermelada, escuché las risas de la vecina mientras tendía, acaricié el suave pelaje de la gata, leí varias líneas en rima, te pinté a tí y te escribí una carta en la cual te dije que me haces falta. ¿Para qué mandarla? - pensé, si sé que nunca llegará. La criatura se empezaba a recuperar al escucharme chillar quedamente. Se lamía las patas largas mientras se reía. Me senté a dibujarla, he la aquí:

- ¿De qué te ríes? - pregunté instintivamente. 
- De tí, ¿de qué más? - fue su gutural respuesta - me haces feliz. 
- Únicamente al estar infeliz. - inquirí y suspiré.
Le aventé la cuchara llena de mermelada a la jaula. También tragaba desagradablemente. Deglutía y vertía saliva cerca de sí. 
- Me apetece que te vayas - inquirí educadamente. 
-  A mí me apetece quedarme.
-¿Y qué eres? - dije cansada. 
- Nada que sepas imaginar. Si te sirve dí que nací de la desdicha. De la tuya, específicamente. 
Empecé a reír, el animal parecía sufrir. Me carcajeé cada vez más fuerte hasta que apenas y respiraba. Terminé de matarle al pensar en mi felicidad sin esa criatura. Me deshice de su masa negra y entré a la casa. 

La calma y tranquilidad inundaban el lugar. Abrí la caja en la que tenía tu última carta y la leí una vez más. Tarjeta desde Júpiter, decía y reí nuevamente. Sin tus chistes mi vida estaba llena de desdichas, desdichas que venían de Júpiter. Ya ni siquiera me quedaban ellas para distraerme. Lamenté en el instante mi risa y deseé hacer feliz a alguien, aún si ese alguien es mi desdicha. 



1 comentario:

  1. Caen lentamente, igual que plumas. Acarician las techumbres de las casas, las crestas de las palmeras, las antenas. Las aves y las bestias les aúllan. Las gentes en la calle las sienten en su piel, sin verlas, y se miran entre sí, la pregunta en sus lenguas.

    Pasa la tarde. La luna sale, y en la luz blanca se hacen visibles: pequeñas burbujas argentas. Crujen, y del quiebre emergen criaturas indecibles que se refugian en la melena de las hembras, en las axilas de sus amantes: en la maleza animal. Ahí guarecidas se agitan, muerden, y causan en sus albergues gulas maniacas, hambres dementes, que les acercan y les sudan hasta deshacer sus trajes y espesarles en una grande pasta de carne, cerrada y densa, apetecible, que a la calidez del día siguiente hierve.

    Desciende a la tierra, desde una nave, un gigante. Mira la esfera. Se ríe. He aquí su cena.

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